Comenzamos un año más la Cuaresma
Comenzamos un año más la Cuaresma, será una cuaresma más? Otra vez tenemos la suerte de vivir este tiempo que cura, podríamos decir terapéutico, cuanta días de regalo para ejercitar la interioridad, el encuentro, para ensanchar el corazón, lo mejor que nos habita y regalar y sumar con otros.
El año pasado comenzaba la Pandemia en la que seguimos inmersos. CUARESMA, CUARENTA, CUARENTENA, CONFINAMIENTO….CUIDADO.
Recorriendo el camino cuaresmal, que nos conducirá a las celebraciones pascuales, recordemos a Aquel que «se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,8). En este tiempo de conversión renovemos nuestra fe, saciemos nuestra sed con el “agua viva” de la esperanza y recibamos con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos y hermanas en Cristo. En la noche de Pascua renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, para renacer como hombres y mujeres nuevos, gracias a la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, el itinerario de la Cuaresma, al igual que todo el camino cristiano, ya está bajo la luz de la Resurrección, que anima los sentimientos, las actitudes y las decisiones de quien desea seguir a Cristo.
El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6,1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra conversión. La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante.
Tiempo para ejercitar el cuidado de la experiencia de Dios: ORACION
En el recogimiento y el silencio de la oración, se nos da la esperanza como inspiración y luz interior, que ilumina los desafíos y las decisiones de nuestra misión: por esto es fundamental recogerse en oración (cf. Mt 6,6) y encontrar, en la intimidad, al Padre de la ternura.
Tiempo para ejercitar el cuidado de uno mismo: AYUNO
El ayuno vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento. Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y compartido. Así entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo en cuanto, como nos enseña santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 93).
Tiempo para ejercer el cuidado con los demás: LIMOSNA
«A partir del “amor social” es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos» (FT, 183).
La Cuaresma, un camino que nos lleva a la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. En este tiempo recibimos una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón». Nacer de nuevo del agua y del Espíritu.
La conversión, requiere bondad de corazón y se expresa en pequeños gestos de cada día. No debe considerarse como una actitud intimista, autorreferencial, sino que tiene repercusión en la vida personal, en la vida de la comunidad, en la vida social de la humanidad y en la casa común. La ‘conversión interior’ se traduce en actitudes de confianza, verdad, alegría, paz esperanza y caridad…
La Cuaresma nos invita a recorrer el camino que lleva a las fuentes, donde brota siempre la vida. Cuaresma: un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad.
Recorramos junto a María el camino de la Cuaresma. María, obediente a la voluntad del Padre, se dirige también hacia la cruz y lo hace como modelo de creyente que medita en lo íntimo la Palabra del Padre. María, en su misión de Corredentora, con certeza recordará las palabras de Simeón de que «una espada de dolor te atravesará el alma por ser Tu Hijo signo de contradicción». María asume en la oración la misión encomendada por Dios y lo medita todo en la intimidad de su corazón.
La Cuaresma de María se prolongó toda la vida de Cristo. Fueron treinta y tres años de travesía y de profunda preparación y de cercanía con Jesús. Una catequesis de silencio, de entrega, de renuncias, de discreción, de servicio, de compromiso. Ella recorrió este camino cuaresmal aceptando los compromisos inherentes a su «Sí» a Dios. Y en el momento cumbre, decisivo para la misión de su Hijo, pudo mantenerse firme a los pies de la Cruz. No lo hizo únicamente como Madre desgarrada por el dolor sino con una entrega absoluta, como parte de su ofrenda al Padre. María no fue un personaje más en el cuadro del Gólgota, fue un personaje crucial en los trazos de la Pasión. Y esta es la enseñanza que obtengo hoy de María: su preparación hacia la Pascua.
María profundizó cada día de su vida el profundo sentido de la Pasión de Cristo. Preparó su corazón y su alma en el desierto de la Pascua. Fue fiel a su compromiso con el Padre. Fue auténtica en su ofrecimiento de las ofrendas de su vida. Y eso le permitió entrar más a fondo en los sufrimientos de Cristo. Y es lo que deseo hacer yo en estos días de Cuaresma. Tener la actitud de María, responder con mi «Amén» a la voluntad del Padre, transformar con mis silencios los «Hágase» para Dios en mi vida, aferrarme con paz y serenidad a los planes que Él me tiene encomendados, crecer en la fe para no caer en el desaliento ni en la frustración, darle sentido con mi oración callada a la vida, responder a los interrogantes que se me plantean con un total abandono. En definitiva, como María, que nada perturbe mi fidelidad a Cristo, mi unión con Jesús en el siempre difícil camino de cruz. No hay santidad sin prueba. No hay amor sin fidelidad. No hay entrega sin voluntad. Y en esto María es el espejo en quien mirarme en esta santa Cuaresma.